Traducción de 'Why we don't believe in science', escrito por Jonah Lehrer y publicado en The New Yorker el 7 de junio de 2012.

La semana pasada, Gallup anunció los resultados de su última encuesta sobre los estadounidenses y la evolución. Las cifras fueron un golpe severo a los profesores de ciencias de secundaria en todas partes: el 46% de los adultos dijeron que creían que "Dios creó a los seres humanos en su forma actual durante los últimos 10.000 años".  Sólo el 15% estuvo de acuerdo con la afirmación de que los seres humanos habían evolucionado sin la guía de un poder divino.

Lo más notable acerca de estos números es su estabilidad: estos porcentajes se han mantenido prácticamente sin cambios desde que Gallup comenzó a hacer la pregunta, hace treinta años. En 1982, el 44% de los estadounidenses sostenía puntos de vista estrictamente creacionistas, una diferencia estadísticamente insignificante respecto a 2012. Por otra parte, el porcentaje de estadounidenses que creen en la evolución biológica sólo se ha incrementado en cuatro puntos porcentuales en los últimos veinte años.

Estos datos de la encuesta plantean preguntas: ¿Por qué algunas ideas científicas son difíciles de creer? ¿Qué hace que la mente humana sea tan resistente a cierto tipos de hechos, aún cuando estos hechos están respaldados por una gran cantidad de evidencias?

Un nuevo estudio sobre la cognición, dirigido por Andrew Shtulman en el Occidental College en Los Angeles, ayuda a explicar la obstinación de nuestra ignorancia. Como señala Shtulman, las personas no son pizarras en blanco, deseosas de asimilar los últimos experimentos en su visión del mundo. Más bien, estamos equipados con todo tipo de intuiciones ingenuas sobre el mundo, muchas de los cuales no son ciertas. Por ejemplo, la gente cree de manera natural que el calor es un tipo de sustancia, y que el Sol gira alrededor de la Tierra. Y luego está la ironía de la evolución: nuestros puntos de vista acerca de nuestro propio desarrollo no parecen estar evolucionando.

Esto significa que la educación científica no es simplemente una cuestión de aprender nuevas teorías. Por el contrario, también se requiere que los estudiantes abandonen sus instintos, desechando las falsas creencias de la forma en que una serpiente muda su piel vieja.

Para documentar la tensión entre los nuevos conceptos científicos y nuestras intuiciones pre-científicas, Shtulman diseñó una prueba sencilla. Pidió a 150 estudiantes que habían tomado múltiples clases de ciencia y matemáticas de nivel universitario que leyeran varios cientos de enunciados científicos. A los estudiantes se les pidió que evaluaran la veracidad de estas afirmaciones lo más pronto posible.

Para hacer las cosas interesantes, Shtulman dio a los estudiantes afirmaciones que eran a la vez ciertas de manera intuitiva y de hecho ("La Luna gira alrededor de la Tierra") y afirmaciones cuya verdad científica contradice nuestra intuición ("La Tierra gira alrededor del Sol").

Como era de esperar, a los estudiantes les llevó mucho más tiempo evaluar la veracidad de las afirmaciones científicas verdaderas que contrastan con nuestro instinto. En cada categoría científica, de la evolución a la astronomía a la termodinámica, los estudiantes hicieron una pausa antes de aceptar que la Tierra gira alrededor del Sol, o que la presión produce calor, o que el aire está compuesto de materia. Aunque sabemos que estas cosas son verdaderas, tenemos que empujar en contra de nuestros instintos, lo que conduce a un retraso medible.

Lo que es sorprendente acerca de estos resultados es que, incluso después de interiorizar un concepto científico -la inmensa mayoría de los adultos reconocen ahora la verdad de Copérnico de que la Tierra no es el centro del Universo- la creencia primitiva perdura en la mente. Nunca desaprendemos completamente nuestras intuiciones erróneas sobre el mundo. Simplemente aprendemos a ignorarlas.
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Shtulman y sus colegas hacen un resumen de sus hallazgos:

Cuando los estudiantes aprenden teorías científicas que entran en conflicto con sus anteriores e ingenuas teorías, ¿qué ocurre con las teorías anteriores? Nuestros hallazgos sugieren que las teorías ingenuas son reprimidas por las teorías científicas, pero no suplantadas por ellas.

Si bien este nuevo documento ofrece una explicación convincente de por qué los norteamericanos son tan resistentes a determinados conceptos científicos -la teoría de la evolución, por ejemplo, contradice tanto nuestras intuiciones ingenuas como nuestras creencias religiosas- también incide en investigaciones previas que documentan el proceso de aprendizaje dentro de la cabeza. Hasta que no entendamos por qué algunas personas confian en la ciencia nunca vamos a entender por qué la mayoría de las personas no lo hacen.

En un estudio realizado en 2003, Kevin Dunbar, un psicólogo de la Universidad de Maryland, mostró a estudiantes unos videos cortos de dos bolas de distinto tamaño cayendo. El primer video mostraba las dos bolas cayendo a la misma velocidad. El segundo video mostraba la bola más grande cayendo a un ritmo más rápido. La filmación era una reconstrucción del famoso (y probablemente falso) experimento llevado a cabo por Galileo, en el que dejó caer balas de cañón de distinto tamaño desde la Torre de Pisa. Las bolas de metal de Galileo llegaron al suelo al mismo tiempo, refutando a Aristóteles, que afirmaba que los objetos más pesados ​​caían más rápido.

Mientras que los estudiantes estaban viendo las imágenes, Dunbar les pidió que seleccionaran la representación más acertada de la gravedad. No hubo sorpresa, los estudiantes sin conocimientos de física no estaban de acuerdo con Galileo. Valoraron que las dos bolas cayendo a la misma velocidad era algo profundamente irreal. Guiados por nuestra intuición, todos somos aristotélicos. Además, cuando Dunbar monitorizó a los voluntarios con una máquina de resonancia magnética, encontró que mostrando el video correcto a estudiantes no especializados en física provocaba un patrón particular de actividad cerebral: había un chorro de sangre en la corteza del cíngulo anterior, un collar de tejido situado en el centro del cerebro. La CCA está típicamente asociada con la percepción de errores y  contradicciones -los neurocientíficos a menudo se refieren a esta zona como parte del circuito  "¡oh, mierda!"- así que tiene sentido que se active cuando vemos un video de algo que parece erroneo, aunque sea correcto.

Estos datos no son sorprendentes, ya sabemos que la mayoría de los estudiantes de licenciatura carecen de una comprensión básica de la ciencia. Pero Dunbar también llevó a cabo el experimento con estudiantes de física. Como era de esperar, su educación les permitió identificar el error, sabían que la versión de Galileo era la correcta.

Pero resultó que algo interesante estaba sucediendo dentro de sus cerebros que les permitía sostener esta creencia. Cuando vieron el video científicamente correcto, aumentó el flujo sanguíneo a una parte del cerebro llamada la corteza dorsolateral prefrontal. La CDP se encuentra justo detrás de la frente y es una de las últimas áreas del cerebro que se desarrolla en los adultos jóvenes. Desempeña un papel crucial en la supresión de las llamadas representaciones indeseadas, deshaciéndose de esos pensamientos que no son útiles. Si no quieres pensar en el helado que hay en el congelador, o necesitas concentrarte en una tarea tediosa, la CDP está probablemente trabajando duro.

Según Dunbar, la razón de que los estudiantes de física tuvieran que hacer uso de la CDP es porque estaban ocupados suprimiendo sus intuiciones, resistiéndose a la atracción del error de Aristóteles. Sería mucho más conveniente si las leyes de la física se alinearan con nuestras creencias ingenuas-o si la evolución no fuera cierta y los seres vivos no evolucionaran a través de mutaciones aleatorias. Pero la realidad no es un espejo, la ciencia está llena de hechos incómodos. Y esta es la razón por la que aceptar la versión correcta de las cosas requiere esfuerzo.

Por supuesto, que el trabajo mental extra no siempre es agradable. (Hay una razón por lo que lo llaman "disonancia cognitiva".) Llevó unos pocos cientos de años para que la revolución copernicana se extendiera popularmente. Al ritmo actual, la revolución darwiniana, al menos en Estados Unidos, llevará el mismo tiempo.





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